Cuando hablamos de apego, nos referimos al vínculo afectivo que se establece entre la madre y el recién nacido o la persona que cuida del niño. Su función es proporcionar seguridad, es decir, disponibilidad, atención, y sensibilidad hacia las necesidades emocionales del niño y ocuparse de satisfacerlas, así como protección al niño.
John Bowlby (1907-1990), psicoanalista y psiquiatra infantil, fue el primero en formular una teoría del apego, al estudiar la relación y el vínculo que se establece entre un hijo y su madre, concluyendo que, tanto, la capacidad de resiliencia de los menores, como su conducta y desarrollo emocional posterior estaba directamente relacionada con el tipo de vínculo que los niños establecían con sus progenitores en los primeros años. John Bowlby estableció cuatro tipos de apego:
1. Apego seguro
Este estilo de apego se forma en contextos donde el cuidado es constante y afectuoso. Las personas que lo desarrollan suelen ser emocionalmente equilibradas, capaces de gestionar bien sus emociones y construir relaciones saludables y recíprocas.
2. Apego ambivalente o ansioso
Se desarrolla en entornos donde los cuidadores son inconsistentes en sus respuestas. Esta falta de previsibilidad lleva a las personas con este tipo de apego a buscar constantemente aprobación y a experimentar miedo al abandono, lo que genera relaciones marcadas por la ansiedad.
3. Apego evitativo
El estilo evitativo está asociado a cuidadores emocionalmente distantes. Las personas que lo presentan tienden a priorizar la independencia y evitar mostrarse vulnerables en sus relaciones, lo que dificulta la construcción de vínculos profundos.
4. Apego desorganizado
Suele estar relacionado con experiencias de trauma o negligencia en la infancia. Las personas con este estilo muestran respuestas contradictorias, incluyendo dificultad para confiar en los demás y comportamientos que evidencian una desconexión emocional.