A los niños tenemos que escucharlos, protegerlos, pero no en exceso, ayudarles, pero no hacer las cosas por ellos, acompañarlos, pero no llevarlos; hay que enseñarles los peligros, pero no atemorizarlos, integrarlos en las relaciones y no aislarlos, animarlos con sus ilusiones sin desesperanzarlos, vivir con naturalidad sin hacerlo por encima de las posibilidades familiares, quererlos y manifestarles amor sin idolatrarlos, comportarse y ser como queremos que sean ellos, dándoles ejemplo con nuestro comportamiento. No debemos olvidar que muchas veces les pedimos que sean de una manera mientras que nosotros nos comportamos de forma contraria: nuestros hijos nos escuchan, pero también nos miran; por lo tanto, hay que tener en cuenta que no debemos cumplir el dicho haz lo que digo, pero no hagas lo que hago.
Los padres que manifiestan confianza, ternura y amor hacia sus hijos, producen efectos muy positivos en ellos. En lo cognitivo, estos serán alumnos más eficaces, con mayor atención y concentración y con menores perturbaciones afectivas. En el plano social, causarán una mejor impresión y serán más hábiles para relacionarse y resolver conflictos. Es recomendable que los padres pasen tiempo con sus hijos y que jueguen mucho con ellos, sin utilizar esos especiales momentos únicamente para darles órdenes, sino para compartirlos en ausencia de juicios y presiones. Algunas investigaciones han demostrado que los juegos pueden contribuir a lograr cierta cohesión familiar y a disminuir, de forma significativa, emociones negativas tales como la ira y la agresión entre los niños, favoreciendo sus capacidades emocionales y sociales.
No podemos ignorar los sentimientos de nuestro hijo, pensando que sus problemas son triviales y absurdos, porque para ellos son importantes. Tenemos que intentar darnos cuenta de cuáles son sus sentimientos para darle soluciones emocionales alternativas cuando esto lo requiera. Nunca hay que menospreciar los sentimientos del niño (por ejemplo, prohibiéndole que se enoje, castigándole cuando se enfada, haciéndole callar cuando está penoso…). Debemos conocer y aceptar las individualidades de nuestro hijo, para que, de esta manera, podamos reconocer sus debilidades y fortalezas y, a partir de ellas, ayudarle a crecer como persona.
Nuestra misión, también, es enseñarle a entablar amistades y conservarlas, a trabajar en grupo, a respetar los derechos de los demás y de sí mismo, a motivarse cuando las cosas se ponen difíciles o no apetece, a tolerar las frustraciones y aprender de ellas, a superar sentimientos negativos (ira, odio, rencor…), a tener una autoestima elevada, a manejar eficazmente las emociones y aprender a expresar los sentimientos de manera adecuada.
Las cualidades emocionales que parecen tener importancia para el éxito personal y profesional y que deben entrenarse a los niños serían: la empatía, la expresión y comprensión de los sentimientos, el control de nuestro genio, la independencia, la capacidad de adaptación, la simpatía, la capacidad de resolver los problemas en forma interpersonal, la persistencia, la cordialidad, la amabilidad y el respeto.